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Revista Diacrítica

versión impresa ISSN 0807-8967

Diacrítica vol.29 no.3 Braga  2015

 

VÁRIA

Marianela de galdós - una mirada educativa[1]

Marianela de galdós - um olhar educativo

Galdós' marianela - an education perspective

 

María Luisa García Rodríguez*

*Facultad de Educación, Universidad de Salamanca, España.

malugaro@usal.es

 

RESUMEN

Se presenta una aproximación a la decidida defensa de la pedagogía subyacente en esta novela galdosiana erigida en un genuino cántico a la educación, que personaliza en la adolescente Marianela la razón de una intervención educativa. Se identifican fácilmente (1) la caracterización de la figura educadora, que vive un conjunto de valores y ostenta la responsabilidad del proceso, (2) los requisitos de la tarea de la educación: determinada actitud, un particular tipo de relación con la persona a educar, cierto bagaje de conocimientos técnicos y altas dosis de optimismo, (3) un determinado estilo de intervención apoyado en lo que podría denominarse una pedagogía de la mirada, y (4) la atención a la diversidad, valorando en todo educando su singularidad, entrelazada con sus cualidades personales y reconociendo la existencia de las capacidades humanas básicas – sentir, actuar y pensar / conocer – , incluso en las personas con algún tipo de discapacidad.

Palabras-clave: atención a la diversidad, figura educadora, pedagogía de la mirada, personas con discapacidad.

 

RESUMO

Apresenta-se uma aproximação à inegável defesa da pedagogia subjacente no romance galdosiano levantado num genuíno cântico à educação, personificando numa rapariga adolescente, Marianela, a razão duma intervenção educativa. Identificam-se facilmente: (1) a caracterização da figura da educadora, que vive um conjunto de valores e assume a responsabilidade do processo; (2) os requisitos da tarefa da educação, atitude determinada, um particular tipo de relação com a pessoa que tem de ser educada, certa bagagem de conhecimentos técnicos e altas doses de otimismo; (3) um determinado estilo de intervenção apoiado no que poderia denominar-se uma pedagogia do olhar, e (4) a atenção à diversidade, valorizando em todos os educandos as suas singularidades articuladas com as suas qualidades pessoais, e reconhecendo a existência das capacidades humanas básicas – sentir, atuar e pensar / conhecer – , mesmo nas pessoas com algum tipo de deficiência.

Palavras-chave: atenção à diversidade, figura da educadora, pedagogia do olhar, pessoas com deficiência.

 

ABSTRACT

This article is an apology of the true meaning of Pedagogy in Benito Perez Galdós' Marianela. This novel is built on a genuine hymn to education, personalized in the main character, the adolescent Marianela and a positive educational intervention that occurs. There can easily identified (1) the personality of the teacher who lives according to a set of values and holds the responsibility of the process, (2) the requirements of the task of education – determined attitude, a particular type of relationship with the person to be educated, some background of expertise and plenty of optimism, (3) a certain style of intervention supported in what might be called a Pedagogy of Looking, and (4) attention to diversity, valuing the uniqueness of education, intertwined with personal qualities and recognizing the existence of basic human capabilities – to feel, act and think / know – including in the case of people with disabilities.

Keywords: attention to diversity, Educator, Pedagogy of Looking; persons with disabilities.

 

Introducción

Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 – Madrid, 1920) es uno de los escritores españoles más brillantes de todos los tiempos. Académico de la Real Academia Española desde 1897, tituló su discurso de entrada “La sociedad presente como materia novelable”. Su actividad política, le condujo a ser elegido diputado a Cortes en 1886 y encabezar la lista de la candidatura de la Conjunción Republicano-Socialista por Madrid en 1907.

Se le considera como uno de los mejores representantes de la novela realista española del siglo XIX, a la que aportó gran expresividad. Llegó a adquirir un estilo genuino que caracterizó algunas de las novelas más importantes de la literatura universal. Su principal técnica fue la documentación de los personajes junto a la detallada descripción de los escenarios, situaciones y paisajes.

Sus ideas progresistas y su preocupación por las condiciones de los obreros originaron un movimiento en España, con repercusión internacional, para impedir que le fuera otorgado el premio Nobel, para el que en varias ocasiones estuvo nominado.

En sus obras denuncia la existencia de muchas personas en situación de desventaja social, lo que resulta coherente con la apología de la educación que puede apreciarse en su sexta novela, Marianela, publicada en 1878. Ambientada en una imaginaria localidad de Cantabria, la huérfana Marianela sirve como lazarillo a Pablo Penáguilas, hijo ciego de un gran propietario.

Pasando a analizar su contenido, en una versión actual, resulta notorio que Galdós se suma en Marianela a las numerosas voces que proclaman el valor de las palabras. El hecho de que al principio de la novela el autor haga decir a su personaje Teodoro Golfín: “Estos palurdos no conocen el valor de las palabras” (Galdós, 1984, p. 52) acredita la primordial importancia de saber apreciarlas.

Hay palabras que se piensan, que se pronuncian, que se leen, que se escriben… Particularmente la escritura, como medio esencial de expresión capaz de superar las barreras del tiempo y del espacio, y de sobrevivir a su autor, disfruta de merecida consideración entre las opciones proyectivas que reconoce la Psicología. No obstante, Lledó (1999, p. 87) asegura en El silencio de la escritura que“el texto está en el lector”. Con esta afirmación avala la evidencia de que una misma obra permite múltiples lecturas dependiendo de los conocimientos previos y de la perspectiva que adopte quien lee.

La prolífica obra literaria de Galdós, de incalculable valor para la literatura y para la historia, es susceptible de ser enfocada bajo múltiples perspectivas (Ruiz, 1970). Dicha flexibilidad permite que se haya optado por exponer en las presentes líneas la posible visión pedagógica de una de las más bellas novelas surgidas de tan preciada pluma, sin dejar por ello de reconocer su indudable calidad literaria.

Sirviéndonos del maravilloso recurso de la lengua escrita presentamos uno de los múltiples enfoques que pueden darse a la obra de gran calidad y repleta de matices que nos ocupa, con agradecimiento a Galdós por lo mucho que en esta novela nos ha sabido aportar y con gran admiración, intensificada ahora, por haber sido capaz de erigirse en creador de tan entrañable personaje.

Cántico a la educación

Si bien la inquietud pedagógica es apreciable a lo largo de la vasta producción galdosiana, en el caso de Marianela toda la novela es una apología de la educación que nos hace reflexionar claramente sobre su importancia en la vida de las personas y la necesidad que tenemos de crecer en un ambiente afectivo donde el respeto a la singularidad de cada ser humano se encuentre en el centro de los valores. “¡Es posible que hasta ahora no la haya querido nadie, ni nadie le haya dado un beso, ni nadie le haya hablado como se habla a las criaturas!...” (Galdós, 1984, p. 167), lamenta Florentina, la prima de Pablo, refiriéndose a Marianela.

Por su parte, Teodoro Golfín proclama que somos el resultado de nuestra educación, lo que se advierte en múltiples ocasiones, una de ellas al considerar que Marianela, “-¡Pobre criatura, abandonada a tus sentimientos naturales, sin instrucción ni religión, sin ninguna influencia afectuosa y desinteresada que te guíe!”,(Galdós, 1984, p. 191), posee admirables capacidades que podrán ser activadas a través de la intervención educativa, consiguiendo así, transformarla en una persona nueva:

Como la Nela hay muchos miles de seres en el mundo. ¿Quién los conoce? ¿Dónde están? Se pierden en los desiertos sociales… Es un ejemplo del estado a que vienen los seres moralmente organizados para el bien, para el saber, para la virtud, y que por su abandono y apartamiento no pueden desarrollar las fuerzas de su alma. Viven ciegos del espíritu. (Galdós, 1984, p. 216)

(…) Nosotros enseñaremos la verdad a esta pobre criatura (Galdós, 1984, p. 218)

Podría deducirse de su narración que el progreso de la humanidad se asienta para Galdós sobre los pilares de la ciencia y el trabajo. “¡Viva el trabajo y la iniciativa del hombre!”hace decir a su personaje Teodoro Golfín (1984, p. 20), mientras Francisco Penáguilas, el padre de Pablo, joven aquejado de cataratas congénitas, menciona “el goce del trabajo”(1984, p. 140).

Tan deseable meta requiere en la mayoría de los casos el dominio de las técnicas instrumentales, entre las cuales se encuentran la lectura y la escritura. Ambas invitan a conocer, a reflexionar y a relacionar hechos e ideas. Ofrecen oportunidades para permitir proyectar nuestras sensaciones, hazañas mentales y emociones. Nos abren ventanas al mundo. “No quiero que mi hijo sea ciego dos veces” (1984, p. 93), afirma Penáguilas, estableciendo la comparación de la ceguera con la falta de conocimientos, aludiendo así al peculiar funcionamiento de nuestro cerebro, que nos hace percibir la realidad en función de lo que sabemos y que es expresada claramente en el dicho castellano“el que no sabe es como el que no ve”.

Como ha quedado sugerido, entre los valores que orientaban las decisiones del padre de Pablo, como persona culta que era, “un hombre más que bueno: era inmejorable, superiormente discreto, bondadoso, afable, honrado y magnánimo, no falto de instrucción” (1984, p. 93), se aprecia ampliamente la alta consideración que para él ostentan la educación y la cultura, por lo que a su hijo “divertíale con cuentos y lecturas”(1984, p. 93). Así, en cierta ocasión informa Pablo a Marianela, su lazarillo: “ya sabes que desde la edad en que tuve uso de razón, acostumbra mi padre leerme todas la noches distintos libros de ciencia y de historia, de artes y de entretenimiento” (1984, p. 104). Se contrapone a esta visión la de la señora de la casa en la que Marianela se encuentra acogida quien

amaba a sus hijos; pero ¡hay tantas maneras de amar! Poníales por encima de todas las cosas, siempre que se avinieran a trabajar perpetuamente en las minas, a amasar en una sola artesa todos sus jornales, a obedecerla ciegamente y a no tener aspiraciones locas ni afán de lucir galas, ni de casarse antes de tiempo, ni de aprender diabluras, ni de meterse en sabidurías (Galdós, 1984, p. 85)

(…) y no trató de alimentar el espíritu de sus hijos con las rancias enseñanzas que se dan en la escuela. Si los mayores asistieron a ella, el más pequeño vióse libre de maestros, y engolfado vivía durante doce horas diarias en el embrutecedor trabajo de las minas. (Galdós, 1984, p. 83)

A pesar de encontrarse en ese contexto, Celipín, el hermano más pequeño, muestra intención de aprender, e incluso una de las peculiaridades de la figura educadora: la intencionalidad de enseñar. Así pues, se dirige a Marianela con estas palabras: “mientras yo estudie, tú podrás aprender (…) de todo lo que yo vaya aprendiendo te iré enseñando a ti un poquillo” (1984, p. 184). Poco después de pronunciar dichas palabras, Celipín abandona la escena novelística murmurando la palabra “agur” (1984, p. 187), que denota la ascendencia vasca del escritor canario, antes de ponerse en marcha para desaparecer “entre las sombras de la noche” (1984, p. 187), en nueva alusión a las tinieblas que envuelven comúnmente a la ignorancia y que sumen en la oscuridad a quienes la sufren.

Lectura y escritura han de ser aprendidas y enseñadas, lo que se reconoce en la novela a través de las palabras de Teodoro: “Yo aprendí a leer y enseñé a leer a mi hermano”(1984, p. 132) a la vez que se manifiesta la necesidad de disponer de letra impresa para conseguir dicha finalidad: “Yo reuní para comprar libros” (1984, p. 132). En otro momento dice Marianela a Celipín: “Antes de meterte a eso de curar enfermos debes aprender a escribir”(1984, p. 147). Más adelante Florentina expresa: “la Nela vivirá conmigo; conmigo aprenderá a leer…” (1984, p. 167). Cuando Marianela comunica a Pablo “no me han enseñado nada” (1984, p. 100) se inicia un revelador diálogo en el que se resalta la gran valoración que adquiere el hecho de saber leer:

– Es preciso que tú adquieras un don precioso del que yo estoy privado; es preciso que aprendas a leer.

– ¡A leer!... ¿Y quién me ha de enseñar?

– Mi padre. Yo le rogaré a mi padre que te enseñe.(1984, p. 101)

Queda, por tanto, suficientemente defendido que, tanto en la novela de Galdós como en la vida real, enseñar a leer y guiar los primeros trazos de la escritura constituyen tareas de la máxima relevancia, en cuyos logros las maestras y maestros tenemos el privilegio de intervenir, desempeñando, a la vez, el rol de actores y el de espectadores de primera fila.

Protagonista de la educación

Parece evidente que la ‘estrella' de toda historia educativa es la persona en proceso de desarrollo que necesita ser guiada para conseguir poner en juego sus múltiples capacidades. El hecho de que la protagonista de Galdós tenga una edad cronológica, “la Nela (…) llegó a los quince años. Desde esta fecha su amistad con Pablo (…)” (1984, p. 152), en la que, si perteneciera a nuestra época y a nuestro entorno cultural, debería estar escolarizada, nos anima a plantearnos en torno a ella muchas cuestiones educativas. En edad escolar, o recientemente superada, se encuentran también otros personajes de la obra: Celipín, sus hermanas, Mariuca y Pepina, su hermano Tanasio y Pablo. Estos dos últimos, al igual que Marianela, presentan cierto grado de discapacidad, que Pablo consigue superar en el transcurso de la obra. Centra nuestra atención la afectuosa adolescente nacida de la mente del autor, que la retrata en varios párrafos, algunos de los cuales se recogen a continuación:

Era, a la vez, como una niña, por su estatura, y como una jovenzuela, pues sus ojos no tenían el mirar propio de la infancia, y su cara revelaba la madurez de un organismo que ha entrado o debido entrar en el juicio. (…) …era admirablemente proporcionada (…). Alguien la definía mujer mirada con vidrio de disminución; alguno, como una niña con ojos y expresión de adolescente. (1984, p. 68)

Sus cabellos sueltos y cortos, rizados con nativa elegancia. (1984, p. 69)

Tenía pequeña la frente, picudilla y no falta de gracia la nariz, negros y vividores los ojos; pero comúnmente brillaba en ellos una luz de tristeza (…). Sus labios apenas se veían de puro chicos, y siempre estaban sonriendo. (1984, p. 70)

Iba descalza: sus pies, ágiles y pequeños, denotaban familiaridad consuetudinaria con el suelo, con las piedras, con los charcos, con los abrojos. (1984, p. 69)

Marianela era capaz de marchar “aprisa, sin distraerse con nada, formal y meditabunda” (1984, p. 90) pero con frecuencia se la podía ver “saltando de piedra en piedra, subiéndose a los árboles, jugando y enredando todo el día y cantando como los pájaros”(1984, p. 126), pues tenía bonita voz:

es el canto de una muchacha; sí, es voz de mujer, y voz preciosísima. (…) ¡Qué voz tan bella! (1984, p. 54)

La voz que esto decía era juvenil y agradable, y resonaba con las simpáticas inflexiones que indican una disposición a prestar servicios con buena voluntad y cortesía. Mucho gustó al doctor oírla, y más aún observar la dulce claridad que, difundiéndose por los espacios antes oscuros, hacía revivir cielo y tierra cual si los sacara de la nada. (1984, p. 56).

Aludiendo a la importancia de la mirada en la manifestación de la personalidad, don Benito nos describe un claro síntoma de baja autoestima, que es la imagen de uno mismo que nos refleja, a modo de espejo, nuestro entorno social: “sus miradas eran fugaces y momentáneas, como no fueran dirigidas al suelo o al cielo” (1984, p. 69), refrendada por la expresión que, repetidamente, pone en boca de Marianela: “yo no sirvo para nada”(1984, p. 70), “yo no trabajo. Dicen que yo no sirvo ni puedo servir para nada”(1984, p. 72), “si yo no sirvo para nada” (1984, p. 73), “yo no sirvo para nada” (1984, p. 149) y por la ostensible sensación de inferioridad física manifestada en las palabras: “¡Si yo fuese grande y hermosa; si tuviera el talle, la cara y el tamaño…, sobre todo el tamaño, de otras mujeres…!” (1984, p. 154), además de verse corroborada por la percepción de Pablo al opinar de Marianela que “es muy vergonzosa y muy modesta” (1984, p. 207).

Pero cuando las circunstancias se mostraban propicias

los negros ojuelos de la Nela brillaban de contento, y su cara de avecilla graciosa y vivaracha multiplicaba sus medios de expresión, moviéndose sin cesar. Mirándola, se creía ver un relampagueo de reflejos temblorosos, como los que produce la luz sobre la superficie del agua agitada. Aquella débil criatura, en la cual parecía que el alma estaba como prensada y constreñida dentro de un cuerpo miserable, se ensanchaba, se crecía maravillosamente al hallarse sola con su amo y amigo. Junto a él tenía espontaneidad, agudeza, sensibilidad, gracia, donosura, fantasía. (1984, p. 96)

La figura educadora

Así se denomina a la persona guiadora, acompañante en el proceso de la educación. Al comienzo del segundo capítulo, cuyo epígrafe es precisamente “Guiado”, Teodoro Golfín, una persona adulta, inteligente, culta, sin minusvalía ni discapacidad y físicamente en buena forma, “complexión recia, buena talla, ancho de espaldas, resuelto de ademanes, firme de andadura, basto de facciones, de mirar osado y vivo, ligero”(1984, p. 51), se encuentra perdido–“¿En donde estamos, buen amigo?, dijo Golfín”(1984, p. 59),y necesita ser guiado por un invidente “de nacimiento – repuso el ciego con naturalidad – No conozco el mundo más que por el pensamiento, el tacto y el oído”(1984, p. 58) que, a su vez, es guiado por un animal: Choto, su perro guía.

Esta situación que advierte de que todas las personas, incluso durante la vida adulta, necesitamos en innumerables ocasiones ser guiadas, nos empuja a reflexionar sobre cuáles son las connotaciones que configuran la especificidad de la figura educadora, entre las cuales se encuentra, en primer lugar, contraer la responsabilidad de conducir a su destino, de la forma más segura posible, a la persona que deba ser guiada-educada.

Su rol podría resumirse en las cinco últimas palabras del primer capítulo cuando Pablo utiliza el imperativo dirigiéndose a Teodoro: “sígame usted y déjese llevar” (1984, p. 57), palabras que nos recuerdan que la virtud propia del educando es la docilidad. Si bien al principio de la novela es el personaje de Pablo el que cumple el papel de conocedor, y por tanto ostenta la categoría de guiador, a lo largo de toda la obra se advierte que corresponde a Teodoro Golfín simbolizar la imagen modélica que ha de constituir toda figura educadora teniendo en cuenta que muchos aprendizajes infantiles se producen mediante observación e imitación de comportamientos, fenómeno ampliamente estudiado por el psicólogo de tendencia cognitivo-conductual Albert Bandura (2000).

De su situación familiar solamente se nos muestra su condición de huérfano desde la infancia y de hermano del actual ingeniero de las minas: “los dos hermanos se profesaban vivo cariño. Nacidos en la clase más humilde, habían luchado solos en edad temprana por salir de la ignorancia y de la pobreza” (Galdós, 1984, p. 119). “Teodoro, que era el mayor, fue médico antes que Carlos ingeniero” (1984, pp. 119-120). Teodoro se atreve a explicar la posible etimología de ‘Golfín'. Según él:

nuestro apellido parece que es de pura casta sajona. Yo lo descompondría de este modo: ‘Gold'. Oro…; ‘to find', hallar… Es, como si dijéramos, buscador de oro… He aquí que mientras mi hermano lo busca en las entrañas de la tierra, yo lo busco en el interior maravilloso de ese universo en abreviatura que se llama el ojo humano. (1984, p. 121)

Profundicemos en la personalidad educadora de Teodoro Golfína quien nos describe Galdós como “un hombre de mirar centelleante, naturaleza incansable (…) que, como el rey de los animales, no dejaba de manifestar a cada momento la estimación en que a sí mismo se tenía” (1984, p. 120).

Además de una ajustada imagen de sí mismo, al rastrear sus valores cabe apreciar, al menos, honradez, justicia, laboriosidad, compromiso ético con su profesión, sensibilidad, abnegación, amabilidad, esperanza y paciencia, todos ellos exigibles a quienes deseen optar a profesiones educativas. La sensibilidad ante las situaciones en las que se encuentran ciertas personas lleva a Golfín a cuestionar la existencia de “multitud de seres abandonados, faltos de todo lo que es necesario a la niñez, desde los padres hasta los juguetes” (1984, p. 128):

El miserable huérfano, perdido en las calles y en los campos, desamparado de todo cariño personal y acogido sólo por las Corporaciones, rara vez llena el vacío que forma en su alma la carencia de familia, vacío donde rara vez están la nobleza, la dignidad y la estimación de sí mismo. (Galdós, 1984, pp. 128-129)

Reivindica, de esta forma, la urgencia de atajar las carencias afectivas como primera medida para afrontar adecuadamente el deseable desarrollo personal. De su infancia conserva Teodoro vivencias que le ayudan a comprender y mostrarse empático con estas colectividades desfavorecidas:

Desde nuestra más tierna infancia nos acostumbramos a la idea de que no había nadie inferior a nosotros… Los hombres que se forman solos, como nosotros nos formamos; los que, sin ayuda de nadie han logrado salir triunfantes en la ‘lucha por la existencia'… éstos son los únicos que saben cómo se ha de tratar a un menesteroso. (…) No carezco de vanidades, y entre ellas tengo la de haber sido mendigo, de haber andado descalzo con mi hermanito Carlos, y dormir con él en los huecos de las puertas, sin amparo, sin abrigo, sin familia. Yo no sé qué extraordinario rayo de energía y de voluntad vibró dentro de mí. Tuve una inspiración. (Galdós, 1984, p. 131)

Teodoro Golfín posee la actitud esperanzada de la figura educadora que intenta detectar y gestionar hábilmente los recursos con los que se puede contar: “Yo no aseguro la curación pero no la creo imposible” (1984, pp. 141-142) y concentra las características de maestro al mostrarse dispuesto a hacer entender ideas y conceptos aportando la virtud más específica del educador que es la paciencia: “si usted no me entiende bien…” (1984, pp. 42-43), “si usted no me entiende bien, querida Florentina, más adelante se lo explicaré mejor…” (1984, p. 217), “si usted no lo entiende, en otra ocasión se lo explicaré mejor” (1984, p. 218).

La tarea de la educación

Entre los numerosos requerimientos de la tarea de la educación se encuentran la adopción de una determinada actitud, la capacidad de establecer un particular tipo de relación con la persona a educar y cierto bagaje de conocimientos técnicos, todo ello junto a altas dosis de optimismo. La actitud de la figura educadora ha de ser la de guardián de la infancia, estando siempre del lado de quien ostenta el protagonismo en la educación, escuchando sus puntos de vista, teniendo en cuenta sus necesidades, participando de sus alegrías… consideraciones todas ellas que le conducirán al hallazgo de una clave que le lleve a actuar de la mejor forma posible evitando escrupulosamente hacer concesiones y pretender complacencias.

En la novela el nombre propio de Teodoro, nos remite a un ‘regalo de Dios'. Al comprobarse el éxito de la intervención oftalmológica exclama Carlos como alabanza a la grandeza de espíritu de que pueden hacer gala ciertas personas: “¡después de Dios, Teodoro!” (1984, p. 174). Como todo buen guardián, la figura educadora tiene por misión el cuidadoy sabe valorar su importancia. En esta obra se ‘personifica' dicha responsabilidad de forma muy elocuente en el perro, cuyos valores y facultades – entre éstas la de comunicación no verbal – consiguen evitar un suicidio dando aviso:

Al verse acariciada por Choto, la Nela sintió escalofríos. El generoso animal, después de saltar alrededor de ella, con tanta expresión que faltaba muy poco para que sus gruñidos fuesen palabras, echó a correr con velocidad suma hacia Aldeacorba. Creeríase que corría tras una pieza de caza; pero al contrario de ciertos oradores, el buen Choto ladrando hablaba.

A la misma hora, Teodoro Golfín salía de la casa de Penáguilas. Llegóse a él Choto y le dijo atropelladamente, no sabemos qué. Era como una brusca interpelación pronunciada entre los bufidos del cansancio y los ahogos del sentimiento. Golfín, que sabía muchas lenguas, era poco fuerte en la canina, y no hizo caso. Pero Choto dio unas cuarenta vueltas en torno de él, soltando de su espumeante boca unos a modo de insultos, que después parecían voces cariñosasy luego amenazas. Teodoro se detuvo entonces, prestando atención al cuadrúpedo. Viendo Choto que se había hecho entender un poco, echó a correr en dirección contraria a la que llevaba Golfín.

La Nela avanzó después más rápidamente. Al fin corría. Golfín corrió también. Después de un rato de esa desigual marcha, la chiquilla se sentó en un piedra. A sus pies se abría el cóncavo hueco de la Trascava, sombrío y espantoso en la oscuridad de la noche. Golfín esperó, y con paso muy quedo, acercóse más. Choto estaba frente a la Nela, echado sobre los cuartos traseros, derechas las patas delanteras, y mirándola como una esfinge. La Nela miraba hacia abajo… (1984, pp. 187-188).

Un claro mensaje de alerta emitido en Marianela es que la persona puede morir (físicamente, psicológicamente o mentalmente) por “la desaparición súbita de un mundo de ilusiones” (1984, p. 226), ya que existe una profunda relación entre mente y cuerpo. Parece comprensible que todos los seres humanos necesitemos tener algún sueño, alguna ilusión y poder trabajar por conseguir una meta que presentimos feliz.

También el lema del doctor Golfín, “adelante, siempre adelante”(1984, p. 52; “¡Adelante! Ha pronunciado usted mi palabra”; 1984, p. 143), nos remite a la actitud que ha de adoptar la figura educadora apostando decididamente por desarrollar las capacidades que presente cada una de las personas que se le confían para ser educadas porque “no hay mal que cien años dure”(1984, p. 55) y un pensamiento del tipo de “no puedo más y aquí me quedo” que el poeta José Agustín Goytisolo (2000, pp. 30-32), aconseja evitar a su hija en “Palabras para Julia”, sería injustificable para quien ha optado por la tarea de la educación que es la de ayudar a avanzar a quienes dan sus primeros pasos por la vida con el principal objetivo de prepararles para llegar a caminar por ella de forma autónoma. En este sentido, cabe interpretar como metáforas del recorrido vital que ambas personas han de compartir las hermosas palabras “sendero” y “vereda” (Galdós, 1984, p. 55) mencionadas por el novelista canario.

La relación de Teodoro con Marianela tiene muchas connotaciones de la relación educativa en cuanto relación desigual entre dos personas que desempeñan en la misma una función asimétrica, lo que contribuye a que dicha relación se caracterice por ser muy delicada. La figura educadora, persona adulta, ha de cuestionarse constantemente sobre su acción educativa dirigida hacia alguien que se encuentra en la infancia, palabra derivada del latín en la que in significa ‘no' y el verbo fari ‘hablar', es decir, que aún no habla, es incapaz de hablar bien o carece de elocuencia.

De este modo, la intervención de la figura educadora llevaría implícita la idea del pedagogo brasileño Paulo Freire (1978, p. 9), de que hay que enseñar a cada uno lo suficiente para que pueda “decir su palabra”, y, mientras se alcanza dicha meta, durante la fase infantil de inestabilidad, habría de sostenerle asumiendo la parte de responsabilidad de la que el infante todavía carece.

La figura educadora ha de tomar la iniciativa para establecer una relación personal en cuyo centro ha de instalarse la afectividad, de modo que, para quien educa, será primordial atender el ámbito afectivo frente a las demás dimensiones humanas. El lazo que le unirá con la persona protagonista de la educación estará urdido por sentimientos de cariño mutuo. Y ese lazo, instituido con un matiz de protección, durará para siempre, como así nos indica Saint-Exupéry (1974, p. 74) en El principito cuando el protagonista conversa con el zorro:

– “Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…”

– “Soy responsable de mi rosa…” – repitió el principito a fin de acordarse.

Muchas expresiones en la obra que nos ocupa atestiguan que Teodoro admira y aprecia en todo su valor a Marianela: “eres una personilla delicada, muy delicada, quizá de inmenso valor (…) tú sirves para algo, aún servirás para mucho si encuentras una mano hábil que te sepa dirigir” (Galdós, 1984, p. 193), decidiendo adoptar la responsabilidad de acompañarla para guiar su desarrollo personal con esa explícita intención, según se expone en el párrafo siguiente:

No posee más educación que la que ella misma se ha dado (…). Nada debe a los demás. Durante su niñez no ha oído ni una lección, ni un amoroso consejo, ni una santa homilía. Se guía por ejemplos que aplica a su antojo. Su criterio es suyo, propiamente suyo. Como tiene imaginación y sensibilidad, como su alma se ha inclinado desde el principio a adorar algo, adora a la Naturaleza, lo mismo que los pueblos primitivos. Sus ideales son naturalistas.

Pero ella está hecha para realizar en poco tiempo grandes progresos y ponerse al nivel de nosotros. Alúmbresele un poco, y recorrerá con paso agigantado los siglos… (…) teniendo luz, andará. Nosotros enseñaremos la verdad a esta pobre criatura (…). Aquí tenemos un campo admirable (…), crearemos un nuevo ser. (Galdós, 1984, pp. 217- 218)

La figura educadora debe conocer la importancia del aprovechamiento de los periodos críticos o sensibles, que fueron estudiados, entre otras autoridades educativas, por la doctora y pedagoga italiana Maria Montessori (1986). Dichos periodos son numerosos durante el primer año de vida y disminuyen significativamente al cumplir los siete años.

En efecto, la eficacia de la intervención educativa es máxima al comienzo de la vida. Entre los cero y los tres años la mente infantil absorbe de forma inconsciente cuanto le rodea, grabando impresiones que permanecerán de forma definitiva. Esto supone que el aprendizaje se realiza en esta fase sin esfuerzo alguno por parte de la persona que aprende. Se avanza ostensiblemente también en desarrollo, entendido como el resultado de complejas interacciones que se establecen entre los constituyentes biológicos de la persona y las experiencias que ésta recibe en su medio físico y social. Según indica esta destacada autora:

Todos los niños poseen la capacidad de “absorber” la cultura.

El objeto de la educación debe ser el desarrollo de las potencialidades humanas o poderes psíquicos innatos del individuo humano.

Los dos primeros años de vida abren un nuevo horizonte. El niño tiene una mente capaz de absorber conocimientos. El hijo habla la lengua de los padres. El aprendizaje de una lengua es una gran conquista intelectual y no ha sido enseñada al niño. (…) El niño parece seguir fielmente un severo programa impuesto por la naturaleza. (Montessori, 1986, p. 18)

Parece coherente con la aportación de Montessori la consideración de que para Marianela“el horrible abandono de su inteligencia hasta el tiempo de su amistad con el señorito de Penáguilas… la amistad con aquel ser extraordinario… había llegado tarde” (Galdós, 1984, p. 151).

Tengamos en cuenta una importante consideración más: que la tarea de la educación exige a quienes la realizan la capacidad de mantener, incluso en situaciones difíciles, el optimista estado de ánimo que propicia que tengan lugar los buenos acontecimientos. Teodoro demuestra poseerla en la forma de afrontar su desorientación cuando llega a Aldeacorba: “¡Bonita situación! – exclamó, sonriendo y buscando en su buen humor lenitivo a la enojosa contrariedad – ” (1984, p. 53).

Una pedagogía de la mirada

La especial significatividad de la mirada para la comunicación (y de forma particular la mirada educativa) resulta maravillosamente puesta de relieve por don Benito al simbolizar dicha modalidad pedagógica en una figura inscrita en la oftalmología, fácilmente identificable con el “rostro expresivo e inteligente de Teodoro Golfín” (1984, p. 193), quien explícitamente denuncia que a Marianela:

Nunca se le dio a entender que tenía un alma pronta a dar ricos frutos si se le cultivaba con esmero, ni que llevaba en sí, como los demás mortales, ese destello del eterno saber que se nombra inteligencia humana, y que de aquel destello podían salir infinitas luces y lumbre bienhechora. Nunca se le dio a entender que, en su pequeñez fenomenal, llevaba en sí el germen de todos los sentimientos nobles y delicados, y que aquellos menudos brotes podían ser flores hermosísimas y lozanas, sin más cultivo que una simple mirada de vez en cuando. (Galdós, 1984, 86)

La intención de ahondar en la importancia, considerable, pero relativa, del sentido de la vista para la percepción se refleja en toda la obra. “A veces, el que tiene más ojos es el que menos ve” (1984, p. 106), pues la subjetividad de la mirada, que se manifiesta en el dicho castellano ‘en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira' (se basa en el texto del famoso poema de Ramón de Campoamor), afecta en alguna medida a todas las personas, y también Marianela, en una determinada situación, “creyó que el ciego la estaba mirando”(Galdós, 1984, p. 106). Más adelante se nos revela que “con los ojos se ven muchos disparates, lo cual indica que ese órgano tan precioso sirve a veces para presentar las cosas desfiguradas” (1984, p. 166).

A este respecto afirma Florentina que “nuestra imaginación es la que ve y no los ojos” (1984, p. 166). Y refiriéndose a Pablo, “falto del don que constituye el núcleo de la expresión humana” (1984, p. 92), “el más precioso de los sentidos” (1984, p. 93), “el don de la vista” (1984, p. 108), dice Marianela: “él es el único para quien la Nela no es menos que los gatos y los perros. Me quiere como quieren los novios a sus novias” (1984, p. 153) precisamente por carecer de la capacidad de verla físicamente, lo que le permite ver y apreciar mejor otras dimensiones de la persona.

Puesto que existen distintas formas de ver / valorar, parece lógico cuestionarse ¿de qué modo ve quien educa?, a lo que cabe responder con firmeza que una de las ‘especialidades' de la figura educadora es ver belleza. Esencialmente así lo atestiguan las tres elocuentes palabras, “Préstame tus ojos”, con las que el profesor Jorge Sans Vila tradujo el Journal étonné de Gérard Bessière (1985), una importante obra de referencia para varias promociones de estudiantes de Pedagogía que recibimos sus lecciones en Salamanca. Se nos informa claramente, ya desde el título, de que sus páginas reflejan “miradas sonrientes sobre la vida” (Galdós, 1984, p. 13), producto de cierta inclinación hacia una determinada manera de ver las escenas que se ofrecen a nuestros ojos: la que se requiere para educar.

Dicha predisposición permitiría ser siempre capaz de tener a punto “una palabra cariñosa, un halago, un trato delicado y amante que hiciera olvidar al pequeño su pequeñez…” (Galdós, 1984, p. 85) y le pusiera en el camino de conseguir el imprescindible “aprecio de su persona” (1984, p. 86) para experimentar la sensación de protagonizar una vida plena y feliz como la que durante cierta etapa disfrutó Marianela, a la que aludiría Golfín diciéndole: “Yo te conocí gozosa y, al parecer, satisfecha de vivir” (1984, p. 192).

Indiscutiblemente el tema de la belleza (“anoche leyó mi padre unas páginas sobre la belleza”; 1984, p. 105), se encuentra en el trasfondo de toda la obra, que muestra la contraposición entre valorar el aspecto exterior y las apariencias frente a las connotaciones definitorias de las personas, mucho menos superficiales, que son las realmente importantes.

En el marco de dicha preocupación por la estética se nos describe el aspecto de Pablo comparándolo con las esculturas de los más valorados artistas de la Grecia clásica, y específicamente con la figura de Antinoo, el compañero de Adriano, representado siempre joven como su breve existencia obligaba:

Un joven, estatua del más excelso barro humano, suave, derecho, con la cabeza inmóvil, los ojos clavados y fijos en sus órbitas, como lentes expuestos en un muestrario. Su cara parecía de marfil, contorneada con exquisita finura; mas teniendo su tez la suavidad de la de una doncella, era varonil en gran manera, y no había en sus facciones parte alguna ni rasgo que no tuviese aquella perfección soberana con que fue expresado hace miles de años, el pensamiento helénico. Aun sus ojos, puramente escultóricos, porque carecían de vista, eran hermosísimos, grandes y rasgados. Falto del don que constituye el núcleo de la expresión humana, aquel rostro de Antinoo ciego poseía la fría serenidad del mármol, convertido por el genio y el cincel en estatua, y por la fuerza vital en persona.

Su edad no pasaba de los veinte años; su cuerpo, sólido y airoso, con admirables proporciones construido, era digno en todo de la sin igual cabeza que sustentaba. (Galdós, 1984, p. 91-92)

Es discreto hasta no más, y guapo como una estatua… Parece la belleza ciega hecha para recreo de los que tienen vista. Además, su bondad y la grandeza de su corazón cautivan y enamoran.(1984, p. 197)

En páginas anteriores ya se nos había avanzado que Pablo contaba entre sus capacidades con una “inteligencia de primer orden, una fantasía superior, una bondad exquisita. (…) En él todo es idealismo, un idealismo grandioso, enormemente bello” (1984, p. 137). Sobre la valoración que Marianela hace de la belleza se especifica que:

La más notable tendencia de su espíritu era la que la impulsaba con secreta pasión a amar la hermosura física, dondequiera que se encontrase. No hay nada más natural, tratándose de un ser criado en absoluto apartamiento de la sociedad y de la ciencia, y en comunicación, abierta y constante, en trato familiar, digámoslo así, con la Naturaleza, poblada de bellezas impotentes o graciosas, llena de luz y colores, de murmullos elocuentes y de formas diversas (1984, p. 151).

Sus frecuentes coloquios con quien poseía tantas y tan buenas nociones modificaron algo su modo de pensar; pero la base de sus ideas no sufrió alteración. Continuaba dando a la hermosura física cierta soberanía augusta. (1984, pp. 152-153)

Destaca en determinada ocasión Florentina porque “brillaba entonces su belleza como personificación hechicera de la misma luz” (1984, p. 219). Tras la intervención quirúrgica, ella informó a Marianela de que Pablo “desde el primer instante supo distinguir las cosas feas de las bonitas” (1984, p. 180) y de que “todo lo que es bello le produce un entusiasmo que parece delirio” (1984, p. 180). Ante la expectativa que suponía la posibilidad de ver, Pablo imaginaba:

– “Veré tu hermosura, ¡qué felicidad! – exclamó el ciego, con la expresión delirante, que era su expresión más propia en ciertos momentos.

– “Pero si ya la veo; si la veo dentro de mí. Clara como la verdad que proclamo y que me llena el alma.” (1984, p. 118).

Y al empezar realmente a ver:

– “¡Florentina, Florentina! (…) tu cuerpo, tus manos, tus cabellos vibran, mostrándome ideas preciosas…” (1984, p. 205).

Conjuntamente con las variantes de belleza que se encuentran visibles, las personas con perfil educador saben ver otras formas de belleza (“ – has de saber que hay una belleza que no se ve ni se toca ni se percibe con ningún sentido”; 1984, p. 105), no apreciables a simple vista por encontrarse más ocultas: “Todos dicen que ninguna hermosura iguala a la del mar por causa de la sencillez que hay en él…” (1984, p. 103).

Algunas alusiones a la mayor importancia de la belleza interior podrían quedar reflejadas en las palabras “todo, todo lo tenemos dentro” (1984, p. 98) y son magníficamente expresadas por Saint-Exupéry al revelar que se puede ver con el corazón cuando, dirigiéndose al principito, hace decir al zorro: “He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos” (1974, 72). Encaja también en esta perspectiva el consejo de un profesional de la educación, el unamuniano personaje protagonista de “El maestro de Carrasqueda”, que, dirigiéndose a su alumnado, se expresaba así:

– Discurrid con el corazón, hijos míos, que ve muy claro, aunque no muy lejos. (…) Esto solía decir don Casiano, el maestro de Carrasqueda de Abajo, a unos cuantos mozalbetes que en la escuela, mientras se lo decía, le miraban con ojos que parecían oírselo. ¿Le entendían acaso? He aquí una cosa de que, a fuer de buen maestro, jamás se cuidó don Casiano cuando ante ellos se vaciaba el corazón. “Tal vez no entiendan del todo la letra” – pensaba – ; pero lo que es la música...” (Unamuno, 1972, p.15)

Teodoro da repetidas muestras de haber alcanzado esa capacidad de valoración. En conversación con Marianela:

– “Dicen que antes de eso yo era muy bonita.”

– “Sí… y todavía lo eres.” (Galdós, 1984, p. 71)

Cuando Francisco Penáguilas le informa de que Pablo considera que Marianela es bonita: “¡Que la Nela es bonita!” – exclamó Teodoro Golfín cariñosamente – “Pues sí que lo es.” (1984, p. 139).Y, en otra situación, dirigiéndose directamente a Marianela puntualiza:

Pues mira, hijita, hay una porción de dones más estimables que el de la hermosura, dones del alma que ni son ajados por el tiempo ni están sujetos al capricho de los ojos (…) tendrás una hermosura que no admirarán quizá los ojos, pero que a ti misma te servirá de recreo y orgullo. (1984, p. 197)

Atención a la diversidad

Parece innegable que todas las personas somos únicas e irrepetibles, pertenecemos a grupos sociales diferentes que se encuentran inmersos en variados contextos, tanto naturales como físicos; disponemos de desigual cantidad de recursos, nos ocupamos en distintas actividades y tenemos ideas heterogéneas... todo lo cual evidencia nuestra diversidad.

Esta realidad conduce a reconocer la necesidad de una educación en la pluralidad democrática, entendiéndola como un proceso de optimización donde la autonomía personal solamente adquiere sentido cuando se orienta hacia el bien común, concebido como armonización social, responsabilidad ecológica, solidaridad con las colectividades desfavorecidas… lo que requiere una tarea pedagógica fuertemente apoyada sobre determinadas actitudes entre las que se encuentre – necesariamente – la aspiración a que todos los seres humanos disfruten de condiciones de justicia y dignidad. Correspondería con la actitud que expresa Florentina: “Soy partidaria de que haya reparto y de que los ricos den a los pobres… (…) Ni aun se debe permitir que estén desamparados los malos…” (1984, p. 167). Sin embargo, a Marianela

nunca se le dio a entender que tenía derecho, por el mismo rigor de la Naturaleza al criarla, a ciertas atenciones de que pueden estar exentos los robustos, los sanos, los que tienen padres y casa propia, pero que corresponden por jurisprudencia cristiana al inválido, al pobre, al huérfano y al desheredado. (…) Todo le demostraba que su jerarquía dentro de la casa era inferior a la del gato, cuyo lomo recibía blandas caricias, y a la del mirlo, que saltaba gozoso en su jaula. (1984, p. 86)

Cuando en el ámbito de la educación evaluamos personas, las encuadramos desde la perspectiva de las capacidades humanas básicas, que son las aptitudes para sentir, pensar y actuar. Es importante hacer inicialmente un buen diagnóstico y posteriormente una buena gestión de las capacidades para orientarlas hacia una tarea educativa que consistirá en el desarrollo de las mismas.

El informe educativo por capacidades de Marianela podría ser el siguiente: En cuanto a la capacidad de sentir, sobre Marianela podría afirmarse que es puro sentimiento. Asevera el autor que “en su corazón, lleno de casta ternura, se desbordaban los sentimientos más hermosos” (1984, p. 108) y son varios los personajes que aluden a los: “sentimientos de admiración o de simpatía, de amor o de gratitud que habían florecido en su alma” (1984, pp. 185-186). En esta línea, detalla Teodoro Golfín a Florentina que Marianela “posee una fantasía preciosa, sensibilidad viva; sabe amar con ternura y pasión; tiene su alma aptitud maravillosa para todo aquello que del alma depende” (1984, pp. 216-217), tiene “imaginación y sensibilidad” (1984, p. 217). La propia Florentina declara “yo sé que Nela es muy buena”, (1984, p. 167) y algunas páginas después dirigiéndose directamente a Marianela afirma: “mi tío dijo que tienes modestia y una delicadeza natural” (1984, p. 179). Añade Pablo nuevas cualidades que son comunicadas a Marianela de forma minuciosa:

tu bondad, tu inocencia, tu candor, tu gracia, tu imaginación, tu alma celestial y cariñosa (…) es verdad que eres modesta (1984, p. 106)

tu alma está llena de preciosos tesoros. Tienes bondad sin igual y fantasía seductora (…) todas las maravillas de tu alma se me han revelado desde que eres mi lazarillo… (1984, p. 101)

Lo que resulta coherente con que al empezar a ver pidiera: “enséñenme una cosa delicada y cariñosa… La Nela, ¿en dónde está la Nela?” (1984, p. 204). Sus valores resultan puestos de manifiesto en muchas ocasiones: “tenía Marianela la rectitud suficiente” (1984, p. 173), y, en cierto modo, constituyen el tema de una conversación con Teodoro:

…una virtud que es la más preciosa, la madre de todas, la humildad; una virtud por la cual gozamos extraordinariamente, ¡mira tú qué cosa tan rara!, al vernos inferiores a los demás. (…) ¿No sientes también la abnegación, por la cual nos complacemos en sacrificarnos por los demás? (1984, p. 200)

Humildad y abnegación que se encuentran fuertemente arraigadas en Marianela, cuya única alabanza propia a lo largo de toda la obra es la aseveración yo no quiero mal a nadie (1984, p. 192). Las potencialidades sensoriales de Marianela están bien desarrolladas y se advierten muchas refrendas en cuanto a sus capacidades intelectuales. Pablo reconoce en Marianela “una disposición muy grande para conocer la verdad, una poderosa facultad que sería primorosa si estuviera auxiliada por la razón y la educación…” (1984, p. 101) pues parece ampliamente aceptada la idea de que

Marianela es un ejemplo del estado a que vienen los seres moralmente organizados para el bien, para el saber, para la virtud, y que por su abandono y apartamiento no pueden desarrollar las fuerzas de su alma. Viven ciegos del espíritu como Pablo Penáguilas ha vivido ciego del cuerpo teniendo vista. (1984, p. 216).

Varias manifestaciones más atestiguan que es percibida como inteligente. En una conversación con Celipín, éste hace su particular valoración de Marianela: “tú también tienes talento” (1984, p. 149), lo que queda admirablemente confirmado al mostrarse consciente de la situación familiar, ayudarle a reflexionar y aconsejarle: “has de ser buen hijo, pues si tus padres no quieren enseñarte, es porque ellos no tienen talento” (1984, p. 148). Se afirma claramente poco después que

a pesar de vivir tan fuera del elemento social en que todos vivimos, mostraba casi siempre buen sentido, y sabía apreciar sesudamente las cosas de la vida, como se ha visto en los consejos que a Celipín daba. La grandísima valía de su alma explica esto. (1984, p. 151).

Por su parte, para don Carlos, el ingeniero de las minas, “la Nela no es tonta, ni mucho menos. Si alguien se hubiera tomado el trabajo de enseñarle alguna cosa habría aprendido mejor quizá que la mayoría de los chicos” (1984, p. 127). Demuestra imaginación para explicar a Pablo que “las estrellas son las miradas de los que se han ido al Cielo y que las flores son las estrellas de la tierra” (1984, p. 98) y, en general, se la considera capaz de aprender mucho según corroboran las palabras de Teodoro Golfín “pero todo lo sabrás; tú serás otra; dejarás de ser la Nela, yo te lo prometo, para ser una señorita de mérito, una mujer de bien. Serás lo que debes ser por tu natural condición y por las cualidades que desde el nacer posees” (1984, p. 200).

En cuanto a su capacidad de actuar Marianela, “una chicuela de ligerísimos pies”(1984, p. 66), conoce muy bien su contexto, tanto físico como social, y cumple con gran calidad una función en él. Marianela se convierte en los ojos de Pablo al guiarle en sus salidas y aportarle positivismo a todas las situaciones con su sola presencia. Aprovecha maravillosamente los recursos y lucha ante las dificultades e incomodidades aportando creatividad, como exterioriza el hecho de que sea capaz de acomodarse para dormir en una torre de cestas. Se ilusiona con los proyectos de otras personas y trata de contribuir a que se hagan realidad. Su generosidad le impulsa a donar el dinero que le daban a Celipín, que soñaba con lo buen profesional que iba a ser cuando consiguiera ser médico, para que pudiera marcharse a estudiar fuera.

“La graciosa cantadora” (1984, p. 54) regala los oídos interpretando melodías con su dulcísima voz, sabe dirigirse de forma respetuosa y amable a todos los seres vivos de su entorno natural, así como hacerse querer revelando una personalidad que rebosa ternura.

Desde el punto de vista educativo este cúmulo de capacidades constituiría el punto de partida para establecer un específico programa pedagógico que habría de ponerlas en juego con el fin de que se desarrollen al máximo y fructifiquen. Pero la tarea educativa no se encontraba entre los proyectos de la sociedad que rodeaba a Marianela, lo que hace cuestionarse a Teodoro Golfín “y esta egoísta sociedad que ha permitido tal abandono, ¿qué nombre merece?” (1984, p. 200).

Es evidente que construirse como persona es un reto importante para cualquier ser humano y, muy especialmente, para quienes han de desarrollarse en contextos de desigualdad y desventaja social, en los que históricamente se han encontrado con más frecuencia las mujeres. Interroguémonos, a este respecto, hasta qué punto es la sociedad la que pone las barreras y no la discapacidad. En la escuela es el profesorado el que marca el estilo, que ha de consistir en adoptar la actitud educativa de visibilizar las posibilidades, expulsando, en la medida que sea posible, la consideración de las limitaciones o dificultades.

La inquietud del escritor canario por la educación de la mujer queda patente al narrarnos la historia de un personaje femenino. A la vez nos da idea de la importancia del nombre propio como símbolo de toda la grandeza del ser humano en su especificidad y de la persona concreta en su singularidad. ¡Qué gran lección nos da Galdós al titular su obra sencillamente con el nombre de la protagonista!: Marianela.

 

Referencias

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Saint-Exupèry, A. de (1974). El Principito (1ª ed.). Madrid: Ultramar.         [ Links ]

Unamuno, M. de (1972). El maestro de Carrasqueda y otros relatos. Salamanca: Anaya.         [ Links ]

 

[Recebido em 28 de maio de 2015 e aceite para publicação em 24 de julho de 2015]

 

Notas

[1]Este artículo es resultado de una estancia de investigación en el Departamento de Lenguas Modernas de la Central Connecticut State University (EUA) entre los meses de junio y agosto de 2013. La autora expresa su agradecimiento y reconocimiento a la institución de acogida y a todas las personas que la hicieron posible.

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