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Finisterra - Revista Portuguesa de Geografia

versão impressa ISSN 0430-5027

Finisterra  no.107 Lisboa abr. 2018

https://doi.org/10.18055/Finis11896 

ARTIGO ORIGINAL


 

Desigualdades y fronteras (in)materiales en san Carlos de Bariloche, Patagonia Argentina

 

Inequalities and (in)materials borders in san Carlos de Bariloche city, Patagonia Argentina.

 

Desigualdades e fronteiras (in)materiais em San Carlos de Bariloche, Patagónia Argentina

 

Les inégalités sociales et leur marque spatiale à San Carlos de Bariloche, Patagonie argentine

 

 

Brenda Matossian1

1 Investigadora Adjunta en el Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (IMHICIHU - CONICET) y Profesora en la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), Sarmiento 2037 - C1044AAE Buenos Aires - Argentina. E-mail: bmatossian@gmail.com

 

 

RESUMEN

El estudio de las ciudades en la actualidad implica distintos tipos de desafíos analíticos, uno de ellos es cómo dar cuenta de las profundas desigualdades sociales del espacio urbano. Dentro de los estudios urbanos se propusieron diferentes estrategias para indagar en las crecientes divisiones al interior de la ciudad. Este trabajo se propone considerar el análisis diacrónico de las fronteras materiales y simbólicas como una clave para comprender la génesis y derivaciones de estos procesos. Este abordaje involucra un íntimo diálogo con los modos de expansión urbana, con especial énfasis en el accionar estatal, desde distintas escalas y momentos históricos. El estudio de caso es la localidad patagónica de San Carlos de Bariloche. La estrategia metodológica busca reconstruir las distintas fronteras que marcaron a esta ciudad en el tiempo y desde distintas escalas; a partir de la triangulación de fuentes diversas. Desde una perspectiva que pondera la mirada geo-histórica, se busca hacer foco en las huellas, más o menos visibles, que deja el crecimiento de la ciudad, reconociendo cómo las improntas del pasado han definido, desde una lógica hegemónica, sectores del espacio y de la sociedad más o menos legítimos sobre los que operan distintas dimensiones de las desigualdades socio-territoriales.

Palabras clave: Fronteras urbanas; geografía histórica; San Carlos de Bariloche; Patagonia; desigualdades socioterritoriales.

 

ABSTRACT

The study of the cities involves different analytical challenges, one of them is how to account for polarization and deepening social inequalities of urban space. In urban studies different strategies were proposed to inquire into the growing divisions within the city. It is proposed to consider the diachronic analysis of material and symbolic boundaries as a key to understand the genesis and derivations of these processes. This approach involves a close dialogue with the modes of urban expansion, with special emphasis on the state action, from different scales and historical moments. The study case is San Carlos de Bariloche, in Patagonia. The methodological strategy seeks to reconstruct the different boundaries that have marked this city in time and from different scales; through diverse sources triangulation. Considering the geo-historical perspective, this article seeks to focus on the traces, more or less visible, that the growth of the city leaves, recognizing how the imprints of the past have defined, from a hegemonic logic, space and society sectors with more or less legitimacy on which different dimensions of the socio-territorial inequalities operate.

Keywords: Urban frontiers; historical geography; San Carlos de Bariloche; Patagonia; socio-territorial inequalities.

 

RESUMO

O estudo das cidades na atualidade implica diversos tipos de desafios analíticos; um deles é como abranger as profundas desigualdades sociais do espaço urbano. Dentro dos estudos urbanos propuseram-se diversas estratégias para abarcar as crescentes divisões no interior da cidade. Este trabalho considera a análise diacrónica das fronteiras materiais e simbólicas como chave para compreender a gênese e as derivações destes processos. Esta abordagem implica um diálogo com as formas de expansão urbana, com uma especial ênfase na ação estatal, desde diversas escalas e momentos históricos. O estudo de caso é a localidade patagónica de San Carlos de Bariloche. A estratégia metodológica procura reconstruir as diversas fronteiras que marcaram esta cidade no tempo e desde diferentes escalas, a partir da triangulação de fontes diversas. Desde uma perspectiva que considera o ponto de vista geo-histórico, procura-se dar enfoque às marcas mais ou menos visíveis, que o crescimento da cidade deixa, reconhecendo como as impressões do passado definiram, desde uma lógica hegemónica, setores do espaço e da sociedade, mais ou menos legítimos sobre os que operam diferentes dimensões das desigualdades sócio territoriais.

Palavras-chave: Fronteiras urbanas; geografia histórica; San Carlos de Bariloche; Patagônia; desigualdades sócio territoriais.

 

RÉSUMÉ

L’étude actuelle des villes implique l’usage de diverses techniques d’analyse, afin de rendre compte, en particulier, des fortes inégalités sociales qui affectent l’espace urbain et afin de suivre la croissance des frontières matérielles ou symboliques, qui marquent toujours davantage l’intérieur des villes. On a étudié, en particulier, l’impact de l’intervention de l’Etat, à différentes échelles et á divers moments historiques, dans le cas de San Carlos de Bariloche, en cherchant à reconstruire les limites qui ont successivement marqué cette ville, à partir de sources diverses. Dans une perspective géo-historique, on a recherché les marques, plus ou moins visibles, laissées par la croissance urbaine, lesquelles définissent, plus ou moins légitimement, les inégalités socio-territoriales présentées par cette ville.

Mots clés: Frontières urbaines; géographie historique; San Carlos de Bariloche; Patagonie; inégalités socio-territoriales.

 

 

I. INTRODUCCIÓN. LA IMPORTANCIA DE LA GEOGRAFÍA HISTÓRICA EN LOS ESTUDIOS SOBRE DESIGUALDADES

El estudio de las ciudades en la actualidad y en el pasado ha implicado diversos desafíos analíticos para las Ciencias Sociales y Humanas. Se debate cómo abordar el incremento de los profundos quiebres espaciales y distancias sociales, entendidos como transformaciones propias de los procesos de expansión acelerada. Existen cuantiosos trabajos que buscan responder a estas inquietudes, desde la Geografía y desde distintas Ciencias Sociales, aunque son más escasos los abordajes que recuperan el dominio disciplinario de la Geografía Histórica para contribuir a las explicaciones de estos fenómenos. Sobre la importancia de estudiar la ciudad en perspectiva histórica Capel (1997, p. 26) afirmaba:

“necesitamos saber más sobre los procesos de exclusión social y espacial en nuestras ciudades. Y eso en el pasado y en la actualidad. El pasado puede mostrarnos situaciones que ya se han dado, y permite relativizar la situación actual. El presente porque aquí radica la clave del futuro. De que seamos capaces de hacerlo dependerá el futuro de nuestras ciudades y la convivencia pacífica de la sociedad”.

En términos generales, desde la Geografía, Zusman (2006), indagaba acerca de la problemática de las fronteras desde la Geografía Histórica:

“Los desarrollos recientes en el campo de la Geografía Histórica conducirían, en primer término, a concebir las fronteras como lugares construidos en el marco de las políticas coloniales/estatales, y no una consecuencia espontánea del proceso de ocupación” (Zusman, 2006, p. 183).

A su vez, resaltaba los aportes renovados por las geografías poscoloniales en la comprensión de las representaciones geográficas y cómo éstas “permiten aproximarse al papel que las diferencias de género, étnicas y religiosas juegan en la ideación de los instrumentos de dominación” (Zusman, 2006, p. 176). Desde esta mirada, las representaciones ocupan un lugar activo en la producción de territorios coloniales. En este sentido, América Latina, la Argentina y, más puntualmente, la Patagonia y sus ciudades, son herederas de complejos procesos de colonialismo.

Se busca ponderar la perspectiva de la Geografía Histórica también para el estudio de las fronteras urbanas, como una arqueología de las huellas materiales y simbólicas del desarrollo desigual de la ciudad. El objetivo de este trabajo es analizar cómo las improntas del pasado marcaron el crecimiento urbano, moldearon el espacio interior de la ciudad y condicionan la legitimidad de las sociedades urbanas en el presente.

Desde la Antropología, Canelo (2013), propone el estudio de las fronteras urbanas a partir de la identificación de los contrastes existentes entre los usos y las representaciones de distintos espacios. Estos contrastes se dan principalmente entre distintas esferas del Estado y los grupos que se pretenden invisibilizar; así estos “implican disputas en torno de la producción espacial y, en última instancia, sobre la (im)posibilidad histórica de reconocer a ciertos sectores sociales como plenos participantes de la vida pública” (Canelo, 2013, p. 20). De modo tal que presentar estos contrastes implica explorar cómo se demarcan fronteras nosotros / otros en ámbitos locales. La importancia del Estado en estos procesos es explicado por Bourdieu (1997), cuando lo caracteriza (reformulando a Weber) como aquel que reivindica con éxito el monopolio del empleo legítimo de la violencia física y simbólica en un territorio determinado y sobre el conjunto de la población correspondiente. Y, respecto a la relevancia de analizarlo de modo diacrónico amplía:

“no hay sin duda ningún instrumento de ruptura más poderoso que la reconstrucción de la génesis: al hacer resurgir los conflictos y las confrontaciones de los primeros comienzos y, con ello, las posibilidades descartadas, reactualiza la posibilidad de que las cosas hayan sido (y sean) diferentes” (Bourdieu, 1997, p. 98).

Se entiende entonces al Estado como entidad compleja y contradictoria. Bajo esta noción, se hará especial énfasis en el accionar estatal, desde distintas escalas y momentos históricos, cuyas improntas espaciales han definido desigualdades en la conformación de San Carlos de Bariloche, ciudad de rango medio (con 113 000 habitantes en 2010) de relevante función turística emplazada en el norte de los Andes patagónicos (Provincia de Río Negro, Argentina).

 

II. FRONTERAS AL INTERIOR DE LA CIUDAD: REFERENCIAS TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS

La preocupación académica por el estudio del espacio interior de las ciudades, sus divisiones y fracturas halla numerosos antecedentes. Se destacan las investigaciones desde la ecología humana desarrolladas por la Escuela de Sociología de Chicago a partir de los años veinte del siglo XX (Park et al., 1925) y, más tarde, por los sociólogos urbanos de la Universidad de California, conocidos como la Escuela de Los Ángeles (Shevky & Williams, 1949; Shevky & Bell, 1955; Tryon, 1955). Dichos estudios se realizaban desde metodologías eminentemente positivistas, anclados en el análisis espacial. Más adelante comenzaron a incluirse otras perspectivas. Así, se sumaron los aportes de Murdie quien, en 1956, sostuvo que para comprender estos procesos “es necesario remitirse a la organización de la sociedad y resaltar la vigencia de los factores básicos de la compleja división de las sociedades urbanas: el estatus económico, el estatus familiar, ciclo y estilo de vida y pertenencia a un grupo étnico minoritario (estatus migratorio)” (Murdie apud Carter, 1974, p. 311).

Se utilizaron numerosas figuras metafóricas para nombrar y resaltar estos procesos de fractura: Timms (1976) propuso la noción de mosaico urbano para la diferenciación residencial; Marcuse (1995) se refirió a la ciudad de enclaves o ciudad compartimentada, entre otros. Estos antecedentes estaban enfocados en la fragmentación urbana (física y social).

De modo simultáneo, cobró fuerza en los ochenta la concepción de la ciudad dual, estrechamente vinculada a las transformaciones en los mercados metropolitanos de trabajo bajo los avances de los procesos de reestructuración-informacionalización-globalización, de la cual Castells fue uno de sus más destacados referentes (De Mattos, 2002). Frente a los enfoques sobre la ciudad dual, renovadas teorías sostuvieron que las explicaciones acerca de las ciudades debían dar cuenta de mayores complejidades. Nel-lo y Muñoz así lo indicaron: “las viejas divisorias sociales en grandes unidades dan paso así a un caleidoscopio mucho más complejo donde las barreras no desaparecen sino que se multiplican, encerrando ahora unidades mucho más pequeñas” (Nel-lo & Muñoz, 2004, p. 296).

Muchos de los estudios referidos, se enfocaban en metrópolis de países desarrollados. Para el caso argentino, se destacó el análisis de la expresión material más evidente de las desigualdades socioterritoriales: la fragmentación. Prévôt Schapira (2001, p. 34) afirmó que la fragmentación “asocia componentes espaciales (desconexiones físicas, discontinuidades morfológicas), dimensiones sociales (repliegue comunitario, lógicas exclusivas) y políticas (dispersión de actores y autonomización de dispositivos de gestión y de regulación urbana)”. Esta mirada, permite distinguir los diversos factores (espacial, social y político) que contribuyen a las fracturas del espacio urbano.

Esta multiplicación de barreras implica reconocer desigualdades que se superponen a las tradicionales dimensiones socioeconómicas y que se explican por tensiones históricas y culturales. Para dar cuenta de ellas, ciertos estudios se posicionan en una necesaria intersección disciplinaria entre la Geografía, la Antropología y la Historia. Tal es el caso de la noción de umbral propuesta por Stavrides (2016, p. 22): “no es una frontera definitoria que mantiene al margen a la alteridad hostil, sino un complejo artefacto social”. Musset resalta su peculiar mirada acerca de la importancia del estudio histórico: “a pesar de las transformaciones recientes y a veces brutales, el espacio obedece a ciclos largos, escondidos detrás de ciclos más cortos, que influyen directamente sobre la organización actual de los territorios” (Musset, 2009, p. xiv). Se trata de un desafío reconocido dentro de la Geografía que Milton Santos logró sintetizar al afirmar: “En realidad, nuestro gran problema no es empirizar el espacio (…) sino empirizar el tiempo y el espacio al mismo tiempo” (Santos, 1996, p. 80).

También se apeló a las nociones metafóricas y se ponderó la mirada histórica de los procesos urbanos desde la Arquitectura (Lolich, 2000) y desde la Antropología (Gravano, 2005) al recuperar la figura del palimpsesto. Esta idea propone que “la ciudad ha ido entramando imágenes de sí misma que siguen dejando huella y sirven de superficie rugosa para la re-escritura de imágenes ulteriores” (Gravano, 2005, p. 35). Como logra condensar Smith (2012, p. 49) “las características de la nueva frontera urbana codifican no sólo la transformación física del medioambiente edificado y la reinscripción del espacio urbano en términos de clase y raza, sino también una semiótica más amplia”.

Este recorrido desde los estudios urbanos permite concluir que para analizar las desigualdades en el espacio interior de la ciudad de modo integral, el desafío implica articular su abordaje tanto desde las dimensiones socioeconómicas tradicionales como de aquellas culturales. Esta propuesta hace hincapié en los factores históricos, en estrecha vinculación con el accionar del Estado, que desde distintas escalas han dejado huellas o fronteras materiales e inmateriales en las ciudades.

La estrategia metodológica para dar cuenta de esta mirada compleja se apoya en la reconstrucción y análisis de las distintas fronteras en el tiempo y a distintas escalas; esto se realiza a partir de la triangulación de fuentes diversas tanto secundarias como primarias. Entre las primeras se encuentra el material cartográfico histórico, fotografías aéreas, documentos históricos: de planificación urbana y normativa específica a distintas escalas. Además, se suman entrevistas en profundidad realizadas a vecinos antiguos. Este devenir de fronteras luego es contrastado con las fracturas urbanas pretéritas y actuales.

Se avanza hacia el estudio de caso con el objetivo de poner en práctica esta propuesta en la ciudad mediai de San Carlos de Bariloche, en la Patagonia argentina. El estudio se estructura desde dos escalas: en primer lugar la nacional-regional y en segundo la local-intraurbana, dentro de la cuales se indagan apartados específicos.

 

III. CICATRICES SOCIO-ESPACIALES Y EL ROL DEL ESTADO EN LA ESCALA NACIONAL Y REGIONAL

La conformación política del territorio argentino ha tenido, para ciertas regiones como la Patagonia, un devenir desigual respecto a las áreas centrales (Buenos Aires y la región pampeana). Las actuales provincias patagónicas (La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego) fueron incorporadas tardíamente a la organización del territorio nacional. Luego de la denominada “Campaña del Desierto”, avanzada militar que exterminó a los pueblos originarios, se configuró la Gobernación de la Patagonia en 1878 y, más adelante, ésta se subdividió en Territorios Nacionales (1884) cuyos límites se mantienen en las actuales provincias (fig. 1). Fue así como “el desplazamiento de la frontera con el indio y el avance en los procesos de delimitación internacional, hechos ocurridos entre las décadas de 1850 y 1880, implicaron la incorporación de extensas áreas que llevaron a duplicar la extensión que tenía el país hasta entonces” (Benedetti & Salizzi, 2014, p. 126). El límite internacional entre Argentina y Chile posee 5.150 kilómetros de longitud; en la Patagonia fue definido principalmente entre 1881 y 1902 según criterios de altas cumbres y/o divisoria de aguas sobre la Cordillera de los Andes, aunque los diferendos limítrofes perduraron hasta fines del siglo XX (Matossian & Vejsbjerg, 2016). Los Territorios Nacionales eran jurisdicciones administrativas que dependían del Poder Ejecutivo Nacional y sus habitantes carecían de derechos políticos. A este contexto se sumó la creación de dos Parques Nacionales en espacios fronterizos internacionales: Nahuel Huapi en la frontera con Chile (fig. 1) e Iguazú en la triple frontera con Brasil y Paraguay. La Dirección de Parques Nacionales se constituyó en una institución clave para comprender el devenir de la ciudad, como se verá en el apartado siguiente. La Gobernación y los Territorios Nacionales, con algunas variaciones, se mantuvieron vigentes entre fines del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX cuando se produjo la provincialización de los mismos y comenzó el complejo proceso de construcción de autonomías provinciales.

 

 

Tal como indican Benedetti y Salizzi (2014, p. 125) “la incorporación militar y efectiva, que se inició en 1879, estuvo precedida por una jurisdiccional y simbólica (…) el gobierno nacional transformó las fronteras con las diferentes parcialidades indígenas —hasta entonces ubicadas fuera del territorio argentino— en “fronteras internas” que debían desactivarse”. Es por esta particular impronta que numerosos estudios patagónicos (Bandieri, 2001; Baeza, 2008, por citar algunos) suelen enmarcarse en este contexto de incorporación tardía al territorio argentino. En el diálogo interescalar, desde la región Patagonia Norte, una propuesta que permite complejizar la mirada regional es la definición de Espacio Fronterizo argentino-chileno (subzona Norpatagonia) realizada por Benedetti y Laguado:

“Esas dos fronteras, con el límite internacional haciendo las veces de bisagra, configuran un espacio singular que posee una dinámica propia. Ese espacio tiene una disposición marcadamente latitudinal, a lo largo del cual se pueden reconocer continuidades y discontinuidades; no menos importante, especialmente en la experiencia de quienes viven allí, ese espacio también tiene un desarrollo en sentido longitudinal, con semejanzas y diferencias” (Benedetti & Laguado, 2013, p. 479).

Desde esta perspectiva, San Carlos de Bariloche se encuentra en un punto de encrucijada, entre una dinámica latitudinal binacional chileno-argentina y una longitudinal a lo largo del eje de las localidades turísticas emplazadas en la Norpatagonia andina argentina. Esta particularidad también se distingue en la figura 1 que señala las principales rutas que conectan la ciudad de acuerdo a los dos ejes norte-sur y este-oeste.

Así, el espacio donde se ha emplazado la ciudad se encuentra atravesado y constituido por diferentes huellas fronterizas problemáticas. Desde principios del Siglo XIX y hasta la actualidad como región fronteriza con Chile. Dentro del país, estas huellas reforzaron su condición periférica e implicaron una fuerte dependencia del poder central ubicado en la ciudad de Buenos Aires: como Gobernación de la Patagonia (1878-1884) y como Territorio Nacional de Río Negro (1884-1955) dentro del cual se sumó la creación del Parque Nacional Nahuel Huapi en 1934 (fig. 1). A estas se sumaron en 1955 la creación de la Provincia de Río Negro. Estas políticas estatales han dejado huellas que además de marcar espacios buscaron moldear sociedades, al definir un “poblador legítimo” para esta región incorporada tardíamente a la construcción accidentada del “ser argentino”.

 

IV. FRONTERAS, POBLAMIENTO E IMAGINARIOS REGIONALES

Los vínculos hacia ambos lados de la cordillera en la Norpatagonia andina, dada la baja altura de los pasos cordilleranos, evidenciaron intercambios con una antigüedad estimada de 13.000 años (Hajduk et al., 2011). En la historia regional previa a la llegada del hombre blanco se ponderan las movilidades de distintos pueblos que circulaban por esta zona lacustre hacia ambos lados del cordón montañoso, entre ellos el mapuche (Bandieri, 2001).

Con la avanzada de los Estados nación de Chile y de la Argentina estos espacios atravesaron diferentes transformaciones. Los antiguos pobladores que sobrevivieron a las campañas militares fueron etiquetados bajo pautas de ciudadanía que se imponían construyendo imaginarios nacionales (Norambuena, 2006). Las huellas de estos procesos perduran hasta la actualidad. Como indica Norambuena (2006, p. 125) “se observa una sola constante. Antiguos y nuevos grupos en el poder han tratado de recuperar una identidad nacional blanco-mestiza por medio de un discurso que, en gran parte, deja de lado al indígena real, cuya presencia estuvo latente para manifestarse con gran fuerza en el siglo XX”.

Uno de los imaginarios más conservadores considera al pueblo mapuche como “chileno”, identificando a este grupo con una adscripción posterior a su presencia, a la vez que contrapone los Estados nacionales de Chile y Argentina como forma de restar legitimidad a las luchas reivindicatorias. Estas concepciones han permeado algunos relatos sobre la historia regional (Moyano, 2012). La inconsistencia de dicho argumento se refuerza más aún en la evidencia de la presencia tardía de las instituciones estatales en la Patagonia en donde las prácticas de movilidad transcordillerana, sostenidas por los circuitos mercantiles, se extendieron aún durante muchos años después del sometimiento y genocidio hacia los pueblos indígenas (Delrio et al., 2010) por parte de las campañas militares argentinas y chilenas que buscaron “incorporar” estas áreas a los estados nacionales (Méndez, 2010).

Como indican Benedetti y Salizzi (2014, p. 75) “las prácticas institucionalizadas con las que se pretendía asegurar el dominio estatal sobre territorios indígenas se articularon con múltiples prácticas simbólicas que construían una amplia variedad de geografías imaginadas”. Probablemente la imagen más importante fue la del “desierto”, cuya connotación se relacionaba con la de un “vacío” demográfico que buscaba negar a los pueblos originarios al mismo tiempo que construía la figura del “poblador ideal” de origen europeo. Porma Oñate (2012) analizó el proceso desde Chile evidenciando la fuerza del imaginario colectivo de una cultura hegemónica vinculada al Estado nación que buscó homogeneizar, con una lógica de dominación colonial, la construcción de una imagen estereotipada del pueblo mapuche como “salvaje y bárbaro”.

A su vez, la connotación de “lo chileno” como negativo y amenazante en la Patagonia argentina ha sido profusamente estudiada (Mármora, 1968, Cerutti & Pita, 1997, Baeza 2008, Méndez, 2010). Estos elementos detallados pueden traducirse en huellas en el espacio urbano y en los imaginarios sobre la población. Algunas de estas tensiones alcanzan a manifestarse materialmente tal como muestra la figura 2, en la cual se distingue un graffiti sobre la sede de la autoridad consular chilena realizado por una agrupación mapuche como forma de marcar la diferencia de su identificación por fuera de las lógicas nacionales.

 

 

Tal como indica Norambuena, los imaginarios no son permanentes, tampoco desaparecen, “solo quedan cubiertos por nuevas capas de sedimentos o nuevas escrituras imaginarias las que desde hoy deben ser leídas como verdaderos palimpsestos” (Norambuena, 2006, p. 124). Así, se retoma esta figura metafórica del palimpsesto para analizar los imaginarios, que en este caso operan como fronteras inmateriales que buscan separar legitimidades desiguales.

Se verá en el próximo apartado de qué modo se articuló en el interior de la ciudad la definición de una población “deseada” y de un conjunto de “otros” con menor legitimidad.

 

V. LAS FRONTERAS (IN)MATERIALES EN EL ESPACIO INTRAURBANO

La configuración del espacio intraurbano y sus fronteras materiales e inmateriales, como se refirió al inicio del trabajo, posee un germen que puede reconstruirse desde una mirada geográfica e histórica. En este apartado, se propone analizarlas en la escala local-urbana desde dos vertientes metodológicas complementarias y en diálogo continuo. Por un lado, se analizaron documentos y normativa de interés geo-histórico para reconstruir lógicas estatales subyacentes que, al contrastar usos y representaciones del espacio, han configurado fronteras (Canelo, 2013). Por el otro, se realizaron interpretaciones de información geoespacial para indagar en las modalidades de urbanización en su relación con la construcción de distintos tipos de fronteras y las políticas estatales. Esta última estrategia considera los procesos de fragmentación urbana de acuerdo a la propuesta amplia de Prévôt Schapira (2001), aplicados a la topografía de montaña de San Carlos de Bariloche.

El análisis de ciertas fuentes documentales permitió identificar las bases para la construcción de representaciones vinculadas al asentamiento de población según su origen en los primeros años de la colonia creada en 1902. Estos documentos elaborados por funcionarios del Estado dan cuenta de las primeras formas de desigualdad socioterritorial presentes en las primeras subdivisiones de la tierra dispuestas a ser colonizadas. Un ejemplo es el Decreto de Subdivisión de la Colonia Nahuel Huapi (1904), en un apartado titulado “Forma de subdivisión de la Reserva – Selección de Colonos Chilotes” detalla:

“(…) los colonos que han empezado con algún capital, construyendo casas de alguna consideración, se rodean de las comodidades para la mejor administración del terreno, hacen hortalizas y plantan árboles frutales exteriorizando en el conjunto unas familias de buenas costumbres y de mayores aspiraciones. (…) Los chilotes o sea chilenos de Chiloé solo ocupan y se conforman con lotes de cincuenta hectáreas”.

Este fragmento muestra cómo los actores hegemónicos definían una imagen de los pobladores “colonos” donde se definía abiertamente la preferencia por los europeos. En la misma normativa se destaca la importancia del capital que traían estos colonos para legitimar su presencia y estimularla, otorgándoles lotes más favorables y extensos, en contraposición con lo que sucedía con los arribados desde Chile. En este caso, recuperando la propuesta de Murdie, el estatus migratorio sumado al estatus económico, definían tanto el tamaño como la ubicación de los lotes que recibían los colonos.

En 1934, cuando se crea el Parque Nacional Nahuel Huapi, se consolida un imaginario que adscribe a la localidad cierta semejanza paisajística y arquitectónica con localidades alpinas y construye la idea de San Carlos de Bariloche como la “Suiza argentina” (Lolich, 2007). Este imaginario consolidó la figura excluyente del pionero centroeuropeo y buscó negar tanto la diversidad de orígenes como al conjunto de los sectores populares. Estos contrastes pretendían invisibilizar una parte de la población, tal como refiere Canelo (2013) en los procesos de construcción de fronteras urbanas, que para el caso barilochense fue especialmente dirigida a la población de origen chileno y al pueblo mapuche (Méndez, 2010).

La segunda estrategia metodológica se vincula con la reconstrucción del proceso de urbanización a partir de distintos cortes temporales en los cuales se buscó reconocer las dinámicas de las fronteras urbanas, sus usos y representaciones. Para relacionar dimensiones físicas, sociales y políticas, se realizó la interpretación visual de tres fotografías aéreas históricas (tomadas en los años 1940, 1976 y 1981) en diálogo con el análisis de fuentes secundarias y primarias que permitieran reconstruir los contextos (fig. 3). Durante 2011, 2012 y 2015 se realizaron 33 entrevistasii en profundidad a vecinos con 40 años o más de residencia en la localidad e informantes clave que contribuyeran a reconstruir la geografía histórica urbana.

 

 

Con esta estrategia metodológica mixta se buscó reconocer cuáles eran los usos y representaciones que se le daban a los espacios en el tiempo. En la figura 3 se muestra la síntesis de diversas huellas urbanas: se muestran los distintos bordes de la mancha urbana compacta como fronteras de expansión en distintos períodos.

En 1940 la frontera de expansión se definía hacia el sur de los primeros loteos de la zona de chacras de la Colonia Nahuel Huapi. A medida que el asentamiento humano avanzaba en dirección meridional lo hacía sobre geoformas glaciarias, con fuertes pendientes, en sectores cada vez más elevados (Pereyra, 2007). Por fuera de dicho borde, hacia el sector sudoeste cercano a la mancha urbana, se instaló el cementerio municipal. Dos barreras físicas limitaban la expansión urbana del primer asentamiento: el Cerro Runge hacia el oeste y el Arroyo Ñireco con el pronunciado desnivel de su barda hacia el este.

La creación de las villas turísticas y el desarrollo de obras de infraestructura realizadas por la Dirección de Parques Nacionales a partir de 1934 produjeron fraccionamientos crecientes generando un incremento del valor del metro cuadrado y una especulación inmobiliaria desmedida e inusitada (Lolich, 2007). Sobre estas transformaciones se indicaba “el éxito exiguo de las chacras y las quintas de la zona unido a la creciente valorización del suelo para actividades netamente urbanas, movió a los antiguos colonos a vender sus propiedades, actitud que indujo a la transformación y fraccionamiento del ejido y llevó al abandono casi completo de la actividad agropecuaria” (Abalerón, 1992, p. 16). Este tipo de proceso reforzó las desigualdades de una ciudad que se volcaba al turismo bajo un modelo de desarrollo que se distanciaba de las actividades primarias y se volcaba a las terciarias, aproximándose al modelo de la ciudad dual. En este proceso, el rol de la Dirección de Parques Nacionales como institución a cargo de la planificación de la ciudad no puede desconocerse: buscaba convertir a San Carlos de Bariloche en una confortable ciudad para el turismo internacional y las clases acomodadas de Buenos Aires.

Hacia 1976, la ciudad había incrementado notablemente la superficie de su mancha urbana mediante procesos de loteos, subdivisiones y ventas de tierra en unidades cada vez más pequeñas, algunos con rasgos particulares según el origen y clase de sus pobladores. Comienza a materializarse así una nueva diferenciación socioresidencial. Dos ejemplos claros han sido: el Barrio Belgrano, asociado a pobladores de origen alemán y suizo, hacia el oeste, en un sector próximo a la costa del lago Nahuel Huapi, y el barrio Ñireco con una consolidada presencia de migrantes italianos, hacia el este del área central, próximo al río homónimo y al lago Nahuel Huapi (De Civit & Velasco, 1970).

Hacia fines de los '70, el cementerio al sudoeste de la primera mancha urbana (1940) había sido trasladado hacia un sector más alejado, por fuera de la “nueva” frontera, en el sector sur de la localidad (fig. 3). Allí también se definió un espacio para depósito de residuos sólidos urbanos. Estas tendencias reforzaron y espacializaron la desigualdad socioterritorial. Los pobladores con menor capital económico y legitimidad ciudadana tuvieron un acotado margen de elección y se asentaron hacia el sector sur, con inferior calidad paisajística, conviviendo con los usos marginales de la ciudad, como el cementerio y el basural. Tal como relatan vecinos e informantes clave, la relocalización del cementerio de 1956 ocurrió en el contexto del fraccionamiento de antiguos loteos cercanos para los trabajadores del aserradero de Primo Capraro a principios de los años treinta. Allí se conformó, a principios de los '60, el único espacio barrial conocido popularmente como “barrio chileno”, denominado La Cumbre, por encontrarse sobre un sector topográficamente elevado, donde los nombres de las calles remiten a topónimos del país vecino y fueron elegidos por sus vecinos.

Sin embargo, con el tiempo, los chilenos en la ciudad distaron de configurar un conjunto homogéneo: en La Cumbre residía población arribada en la década del '60, muchos contratados para trabajar desde el origen, a diferencia de los llegados luego del golpe militar de 1973 (en Chile). Éstos arribaron como exiliados políticos y/o para buscar trabajo y se asentaron de modo informal en distintos sectores al interior de las fronteras de expansión de 1976.

En 1979, durante la dictadura militar argentina, desde la intendencia municipal de facto se relocalizó forzadamente a parte de estos pobladores chilenos desde un sector próximo al lago hacia el sur de la frontera de expansión marcada para 1981. Se trataba de un sector alejado del área central, despoblado y carente de servicios mínimos, lindante al cementerio, como afirma un vecino: en ese tiempo era lejos, había que pasar el zanjón, estábamos aislados. Los migrantes chilenos relatan que fueron forzados a movilizarse para sacarnos de la vista del turista y controlarnos, pedirnos los documentos. Las condiciones sanitarias de los loteos eran paupérrimas ya que en esos terrenos, como ya se señaló, había funcionado el basural. Se trató de un proceso de violenta marcación de fronteras materiales y simbólicas como medida coercitiva, donde la intención de invisibilizar desde el Estado era directa.

Paralelamente, entre 1976 y 1981 se construyeron barrios sociales planificados por el Instituto Provincial para la Promoción de la Vivienda de Río Negro (IPPV) en el sector comprendido entre los bordes urbanos de ambos años. Luego este sector se ocupó con grandes edificios de bloques de viviendas otorgando un paisaje particular muy fragmentado, con unidades muy pequeñas, en un sector de altas pendientes, correspondiente a la cota de los 850 metros. A partir de esta serie de políticas públicas, que incluyeron inversiones destinadas a los espacios próximos al lago, se fue definiendo hacia el sur de la ciudad una frontera simbólica consolidada (fig. 3) que separa la ciudad vinculada al turismo y a los sectores de elite, de aquella donde se asentaron, a partir de distintas modalidades, los sectores populares.

Durante la década del '80, luego del retorno a la democracia en Argentina (1983), se continuó expandiendo la ciudad a lo largo de dos ejes viales separados por la frontera topográfica que significó el Cerro Otto. Así, se definió un eje a partir de la Avenida Bustillo hacia el oeste siguiendo la costa del lago Nahuel Huapi, y otro hacia el sur, por la actual Ruta 40 Sur hacia el lago Gutiérrez. Este último se constituyó como el eje de expansión más vertiginoso hacia donde creció la porción de la ciudad más excluida. En contrapartida, el crecimiento hacia el oeste, a lo largo de la Avenida Bustillo fue nutrido por un sector social de clases medias y altas, en sintonía con la función turística que se fue consolidando sobre este eje. Este proceso implicó la profundización de la ciudad dual que contrapone la “Suiza argentina” con el “Alto” (tal como se reconoce al sector sur). Esta frontera simbólica consolidada que se mantiene hasta la actualidad (Méndez & Iwanow, 2001; Fuentes & Núñez, 2007).

Sin embargo, en los últimos años, dentro de estas grandes unidades se produjeron nuevas lógicas de subdivisión del espacio interior de la ciudad. En la misma línea de lo propuesto por Nel-Lo y Muñoz (2004), se fueron generando conformaciones barriales fragmentadas en unidades cada vez más pequeñas, y desiguales, tales como urbanizaciones privadas y los asentamientos informales o “tomas”. Los imaginarios urbanos construidos en torno a las urbanizaciones privadas están estrechamente vinculados a las lógicas del turismo y se promocionan intentando invisibilizar los espacios vecinos y, a los ojos del negocio, conflictivos: barrios populares, “tomas”, basurales, canteras, etc. Así, la aceleración de los procesos de fragmentación y segregación urbana son para el caso bajo estudio, tal como propone Musset (2009, p. 126) “a la vez causa y consecuencia del sentimiento de injusticia social compartido por amplios sectores de la población que no tienen acceso a los niveles de vida y a los servicios tanto públicos como privados reservados a clases sociales consideradas como 'privilegiadas' ”.

 

VI. REFLEXIONES FINALES

La ciudad es resultado y protagonista de un proceso histórico y espacial complejo, heredera de tensiones culturales, socioeconómicas y políticas que definen su constitución e influyen en su devenir. Este trabajo ha mostrado cómo las fronteras urbanas materiales e inmateriales, analizadas en su temporalidad, pueden presentarse como una relevante expresión territorial de las desigualdades socioterritoriales. Es por ello que deben ser tenidas en cuenta para comprender los problemas urbanos actuales como resultado de una compleja serie de factores que operan en distintas intensidades de acuerdo diferentes escalas. Las fronteras a escala nacional y regional, se mantienen a modo de palimpsesto. Para el caso de estudio, han implicado rasgos de fractura en lo social que se han buscado instalar un relato hegemónico que niega lo diverso y lo popular en su historia. En la escala urbana el tipo de desarrollo ha contribuido a configurar un primer modelo de dos caras a partir de las desigualdades de clase, aunque también de origen. A este se superpusieron décadas después nuevas fragmentaciones en un espacio cada vez más subdividido a partir las nuevas migraciones y nuevas formas de expansión urbana.

Se evidencia el rol determinante que tuvieron las distintas políticas estatales, a nivel nacional, regional y local, en la construcción y mantenimiento de estas fronteras a través de la definición de un “poblador legítimo” vinculado a un “espacio legítimo”. Esto ha implicado que los habitantes que quedaran fuera de esa delimitación se enfrentaran a lógicas excluyentes, en sentido material y simbólico. Las fronteras relevadas a escala intraurbana, han sido gestadas y nutridas por aquellas a escala nacional y regional, a la vez que las reforzaron y espacializaron de modo más concreto. Bajo esta lógica los pobladores “deseados”, herederos de la figura local y regional del pionero, se asentaron en los sectores próximos al lago mientras que los vecinos con menor capital económico y legitimidad ciudadana en el sector sur, con inferior calidad paisajística, con usos y representaciones del espacio desfavorables y relegados.

Respecto del abordaje de las fronteras a escala local e intraurbana, deben considerarse ciertos resguardos, dado que su delimitación puede ser coyuntural, más o menos porosa, e intrínsecamente relacionadas a las dinámicas de expansión urbana. La frontera socioeconómica que divide la ciudad dual, como frontera social e históricamente construida para San Carlos de Bariloche, se mantiene y refuerza con el paso de las décadas. Sin embargo, su delimitación puede ser relativamente “móvil” y dinámica, producto de procesos de urbanización y de ciertos cambios en los valores del suelo urbano que pueden desplazarla.

En síntesis, los estudios sobre las fronteras en la ciudad requieren de un análisis histórico y situado, que tome en consideración la génesis urbana desde, al menos, dos miradas: una más vinculada al contraste que gesta el Estado y otra como expresión de desigualdades socioeconómicas, articuladas con las culturales. Así resultan importantes tanto en un sentido material (relieve, urbanización, barreras a la expansión, acceso al suelo), como inmaterial (definición de tipo de poblador ideal, formas de exclusión, entre otras). Se llega a concluir que las fronteras urbanas demandan de una contextualización profunda, tanto en lo temporal como en lo espacial.

Finalmente, desde esta propuesta de la Geografía Histórica se ha mostrado que las fronteras urbanas, tal como sucede con otro tipo de fronteras, se han construido como producto de políticas coloniales/estatales, también enmarcadas por modelos de desarrollo capitalista que mantiene vigentes, desde distintas modalidades, las distancias físicas y sociales de la ciudad dual. Al mismo tiempo, la deconstrucción de las geografías históricas y urbanas barilochenses implica una oportunidad para resignificar los espacios, los orígenes y los habitantes “otros” de la ciudad como un continuo desplazamiento de los sentidos fronterizos y de sus transgresiones, en la búsqueda de una sociedad más inclusiva.

 

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Recebido: abril 2017. Aceite: janeiro 2018.

 

 

NOTAS

i Se denomina “ciudad media” en la Argentina a aquellas localidades con poblaciones entre 50 000 y 399 999 habitantes (Vapñarsky & Gorojovsky, 1990).

ii Los textos en cursivas que se realizan en este apartado corresponden a extractos textuales de las entrevistas realizadas.

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